—¿Qué fue eso? ¿Escuchaste ese ruido, Milo?
—El ruido viene del establo, vamos.
Caminando hacia el establo, Miguel se sentía nervioso. Al acercarse, Miguel vio una figura en la sombra. Era un hombre, pero no cualquiera: sus alas, aunque rotas, eran enormes y se extendían hacia el cielo.
—¿Quién eres? – Miguel no podía creer lo que veía.
—No sé… ¿Dónde estoy?
Milo se acercó a él, sin ladrar e hizo que lo acariciara con sus manos. Esto significaba que el hombre no representaba peligro. Miguel siempre ha pensado que Milo puede ver directamente al alma de una persona y reconocer sus intenciones.
—Yo te ayudaré. ¿Qué recuerdas?
—No recuerdo nada.
—Podemos salir a buscar tu casa, ¿te parece?
—Si, quiero encontrar mi hogar.
Aunque Miguel no sabía dónde iniciar su búsqueda, pronto pensó en el lugar indicado.
—Este es mi lugar favorito —dijo Miguel, señalando los puestos llenos de frutas en la frontera. Los puestos coloridos, la mezcla de olores y sonidos de la gente daban vida a la escena.
El hombre observó todo con curiosidad, sentía que en su hogar había cosas similares. Pero algo particular llamó su atención.
—¿Quieres probarlo?
—Es mi fruta favorita. Mami dice que es una fruta tropical.
El hombre probó la fruta, sus ojos se abrieron. El sabor dulce lo transportó de vuelta a su hogar.
Sorprendido por la emoción en los ojos del hombre, Miguel sonrió al ver que su nuevo amigo recuperaba sus recuerdos.
Siguieron caminando por una vereda rodeada de guaduas y el hombre sonreía con nostalgia.
—Este lugar… es como mi hogar.
—¿Tu hogar? ¿Dónde está?
—Aquí, entre los árboles y las montañas. Mi casa, mi familia, los días soleados… Todo estaba aquí. Pero, este no es mi hogar.
—No te preocupes, encontraremos el camino.
En ese momento, una mariposa amarilla apareció frente a ellos. Voló en círculos a su alrededor, y entonces ambos la siguieron. Después de un rato, llegaron a una pequeña colina. Desde allí, el hombre vio, lo que había sido su hogar.
— Soy el protector de mi hogar, por eso tengo alas. Un día, un monstruo lo destruyó, desconsolado, busqué ayuda, pero un viento fuerte me desvió y terminé en tu establo. Ya recordé todo.
De repente… apareció una figura a lo lejos que le era familiar al hombre.
—¿Eres tú?
—Bienvenido de nuevo a tu hogar, papá.
Detrás de la mujer se podían ver casas reconstruidas. ¡Todos los habitantes reconstruyeron el lugar!
—¿Cómo recuperaron todo?
— Lo soñamos, nos esforzamos y lo hicimos realidad, juntos.
—Gracias —dijo, lleno de felicidad.
— Estamos felices de tenerte de vuelta.
El hombre sonrió, sus alas comenzaron a sanar y entendió que, a pesar de las dificultades, su hogar siempre estará ahí para él.
— ¡Te has reencontrado con tu hogar!
— Gracias a ti, Miguel. Sin ti no lo hubiera logrado.
—¡Lo hicimos juntos! Fue divertido aventurarme contigo.
Miguel y el hombre se despidieron, cada uno feliz de haber cumplido su objetivo y de haber hecho un amigo en el camino.
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[Author’s Note] Nota de la autora: Esta historia busca interpretar y dar visibilidad a las vivencias de los inmigrantes que, debido a conflictos internos en sus países, se han visto obligados a dejar atrás sus hogares. En el caso de Colombia, la guerra interna que ha marcado al país durante décadas llevó a muchas personas del campo a abandonar sus tierras y comenzar de nuevo en lugares desconocidos.
Este relato rinde homenaje a la resiliencia de las víctimas del conflicto armado, quienes, a pesar de haber perdido sus hogares, lucharon por reconstruir sus vidas. También aborda la experiencia de quienes emigraron fuera del país, enfrentándose a los desafíos de lo desconocido.
A través de Miguel y el hombre con alas, la historia refleja estas dos realidades: la de quienes han aprendido a adaptarse y vivir lejos de su hogar, y la de quienes anhelan regresar, reencontrarse con sus raíces y reconstruir lo perdido.